La profecía LlorenteEl Athletic arranca la Liga con un solvente triunfo ante el Hércules tras un ejercicio de seriedad y eficacia. La firmeza del conjunto y la puntual cita de Fernando con el gol sentencian en el Rico Pérez A un costado de la carretera, bajo la canícula desalmada, grita Fernando Llorente un gol sin escenario. La imagen del delantero, un icono, está estampada sobre una valla de publicidad con fondo rojo en plena celebración, en ese trance que es el nirvana salvaje que florece a borbotones en las grandes conquistas. Sin goles no hay Liga ni Champions reza el cartel en letras agigantadas blancas a modo de proclama futbolística en un arcén de Alicante. Entonces, mágicamente, inopinadamente, la silueta recortada del delantero cobra vida, late, y corre, feliz, dichosa, anunciando su cumbre tras un remate de cabeza kilómetros más allá, horas después, cuando el sol se apaga en el Rico Pérez, apesadumbrado, y se enciende Llorente, arrebatado, dueño de su propia profecía. Llorente, la reencarnación de un gol de papel anunciado en grandes dimensiones.
Los intangibles, el aire aristocrático, el pretérito, enraizó al Athletic con batín de seda y andamiaje metalúrgico en el Rico Pérez, que se desvirgaba en Primera trece años después en una suerte de alumbramiento. La pasarela y el camerino desvirtuaron al Hércules, ojiplático observando del modo en que lo hacen los párvulos, cómo maniobran los rojiblancos, que pilotaron con eficiencia su despliegue de corta y pega, de escaramuza y velocidad, en un paisaje y un discurso fubolístico que han metabolizado sin digestiones pesadas en los últimos cursos y que cotiza alto en el parqué. Al equipo de Caparrós se le acentúa el perfil feroz a toque de corneta y así se presentó en Alicante. Con Gurpegi y Javi Martínez blindando la bisagra, Susaeta percutió por el carril del 7 para trazar los conos de su slalom desde ese margen. Markel fue la lanzadera del la tropa bilbaina, meciéndose sobre el chéster del conocimiento y el oficio ante un Hércules bisoño, con la mirada limpia y traviesa de los niños ante el asombro del escaparate de lo desconocido.
Así que los bilbainos, estático Gabilondo por delante del debutante Aurtenetxe, se enchufaron alrededor de Llorente, que ya no sólo recibe estopa en cada pugna por domesticar la pelota y comienza a lucir la jerarquía de un campeón mundial. Son los códigos del fútbol, las leyes que no recoge el reglamento pero que flotan y pesan en el juego. Se acodó el Athletic sobre su rango y opositó sin suerte al gol en el primer bostezo del duelo, aún estirándose el personal tras la siesta.
Los blanquiazules necesitaron una veintena de minutos para activarse y sentir en su dermis el dulce tacto del perfume de Primera, puro terciopelo si uno ha masticado la lija de la División de Plata, que más parece hojalata. Se organizaron los alicantinos, sacudidos los recuerdos y la carga emocional de la solemnidad del acto, en la órbita de Tiago Gomes, un medio centro que conoce los entresijos del negocio. Tiago mezcló con Tote, un tipo habilidoso, uno de los últimos bohemios de la profesión, y el Hércules apareció desacomplejado, cosido a la idea de tejer fútbol desde los bordados hechos por las manos de la rueca de Penélope. Pacientes y punzantes en el entrejuego, ese que se genera entre las líneas con movimientos de tiovivo sin balón, los alicantinos dislocaron a los rojiblancos, un equipo huesudo, compacto y que no había rechinado hasta entonces. Sucedió que el constante aleteo de los dinámicos y vivarachos volantes del Hércules desequilibró el sostén bilbaino y colgó a la tropa de Esteban Vigo en el balcón del área bilbaina. En esas, Portillo trató de embocar tras filtrarle Tote un pase, pero Iraizoz no se venció y le ganó el pulso.
Los blanquiazules se estiran El Hércules había dejado la pubertad, la timidez, así que el Athletic se sujetó en los centrales hasta que se reordenó. Aumentó la intensidad que le había acompañado en el amanecer y se aproximó nuevamente a la avenida del éxito con una falta de Susaeta a la que le faltó un palmo y una volea de Gabilondo tras la prolongación de cabeza del enérgico Toquero, el espartano atacante, el centurión de Llorente, hasta que su espíritu indomable se trabó con Abraham Paz y tuvo que alejarse del frente con la pierna derecha suspendida en el aire a dos manecillas del descanso. David López reemplazó al gasteiztarra y se adueño de la orilla derecha, mientras que Susaeta abrazó la efigie de Llorente, un Quijote, que se alimenta del gol.
No había pestañeado el segundo acto y el chico de los ojos azules lanzó un precioso guiño a la falta sobada por Gabilondo con el tiento necesario. Cabeceó el delantero centro con el flequillo y cantó la garganta rojiblanca en éxtasis, a pleno pulmón. Se apresuró el Hércules para tratar de rearmarse y apostó por el juego de toque corto y de trenza. Sucedía que a medida que se acercaba, en plena aceleración, al ser o no ser, Iraizoz abortó con manos aplomadas el abordaje alicantino, próximo al bingo en un remate de Portillo después de que le habilitara Tote y su excelencia para descubrir rendijas.
Sin pegada, los futbolistas blanquiazules se consumieron ante la prestancia física del Athletic, al que le brilla la musculatura en asuntos viscosos. A los bilbainos les alcanzó incluso para un remate de gol o gol de Muniain, que el navarro fue incapaz de resolver y un buen golpeo de Javi Martínez que sujetó Calatayud, quien, sin embargo, no pudo conjurarse ante la profecía de Llorente, que cuelga de una valla publicitaria camino al Rico Pérez, destino al gol.
HÉRCULES: Calatayud; Cortés, Abraham Paz, Pamarot, Peña; Tote, Fritzler, Abel Aguilar (Min. 57, Kiko), Tiago Gomes (Min. 84, Cristian), Sendoa (Min. 68, Thomert); y Portillo.
ATHLETIC: Iraizoz; Iraola, San José, Amorebieta, Aurtenetxe; Susaeta (Min .84, Iturraspe), Gurpegi, Javi Martínez, Gabilondo (Min. 54, Muniain); Toquero (Min. 39, David López) y Llorente.
Gol: 0-1: Min. 46; Llorente.
Árbitro: Rubinos Pérez, madrileño. Expulsó a Fritzler (Min. 89) por doble amarilla. Amonestó a Pamarot, Abraham Paz, Susaeta, Gurpegui, Javi Martínez y Aurtenetxe.
Incidencias: Unos 24.000 espectadores en las gradas del Rico Pérez, entre los que se encontraban unos 2.500 seguidores rojiblancos.