18. Carlos Gurpegi

Baila la barba de Carlos Gurpegi (Iruñea, 19 de agosto de 1980) entre hirsuta y azarosa, caprichosa y rebelde en cualquier caso, en medio del olor a césped que abotona la mañana en Lezama. No tarda en descolgársele, cuan enredadera, una sonrisa plena, sin ángulos muertos. Es transparente Carlos, alejado de la opacidad del perímetro del fútbol, festoneado de aristas, espinos y cristales teñidos en negro, un ambiente viciado por la intensidad de los focos, la pasarela y el deslumbrante escaparate que lo rodea aunque tiene mucho de cartón piedra. La percepción de Gurpegi es que semejante destello, postizo, distorsiona la mirada que la gente reposa bajo la piel del futbolista, el lugar donde habita la persona, un espacio, el vital, que reivindica Carlos. "Hay muchas clases de futbolistas y dentro de los futbolistas cada persona es un mundo. Me duele cuando se generaliza y se extiende la idea de que todos los futbolistas somos unos vividores, unos vagos, no trabajamos y ganamos mucho".

Gurpegi es un apasionado de su profesión, a la que se aproxima reverencialmente y por la que late al 100 % al igual que cuando correteaba por Andosilla encolado a una pelota, siempre presente en su cartografía vital. "No me cansaba de jugar al balón con mis amigos. En cuanto salíamos de clase estábamos todo el rato con la pelota y a la hora del recreo también". Su pequeño pueblo era un universo ilimitado, un planeta sin barreras en el que relinchaba feliz el incansable motor de Carlos. "En el pueblo te sentías libre, apenas había tráfico y jugábamos en la calle. Cuatro horas seguidas, sin parar. Eso ahora se está perdiendo, los chavales no juegan en las calles". Para Gurpegi el mundo era redondo como un balón, el regalo perfecto para desembalar la ilusión que corretea por el inquieto espinazo de los niños en navidades. "Yo siempre pedía un balón. Era feliz con eso". El sonido de la pelota, de los goles, es la banda sonora de la infancia del centrocampista rojiblanco, un recuerdo encumbrado por una sonrisa que se mece serena en su rostro rememorando los pretéritos pasajes.

Regresa Carlos Gurpegi a Andosilla para balancearse en su quietud, en su anonimato, siempre que la temporada, una vorágine, le ofrece una tregua. "En el pueblo me conocen de toda la vida, así que nadie se extraña o se sorprende cuando me ve y puedo pasar inadvertido. Soy uno más. Me viene bien para airearme", establece el rojiblanco, que cose sus pies a los pedales para demarrar en las montañas que hacen guardia en los márgenes de Andosilla, su refugio espiritual. "Me gusta coger la bici y dar una vuelta por el monte. Me sirve para pensar en mis cosas, para desconectar del mundo del fútbol".

LA ESPINA Hubo un tiempo que a Gurpegi lo descabalgaron, lo desenchufaron, del fútbol, con una sanción de dos años por dopaje, un episodio que le dejó en los huesos, tiritando, a la intemperie, en un sótano oscurísimo en el verano de 2006. "Tengo una espina muy grande clavada porque creo que me quitaron dos años de fútbol injustamente, dos años importantes para mí porque tenía 25 años y podía haber seguido creciendo como futbolista". Sobrevivió con entereza Gurpegi aquel agosto, entrenando con sus compañeros aunque no pudiera participar en los amistosos, hasta que brotó la brisa de septiembre, el viento que ondea la bandera de la Liga.

De repente, Carlos, que de pequeño quiso ser médico, pero "que las circunstancias" le llevaron al fútbol, se asomó a una pesadilla terrorífica, al centro del abismo, al escenario de las preguntas sin respuestas, a la desorientación, a la incomprensión. "Cuando me sancionaron fue un 31 de julio. En agosto entrenaba todos los días aunque no jugaba los amistosos. Lo llevaba más o menos bien, pero cuando empezó la Liga me derrumbé y es cuando me di cuenta: ¿Y ahora qué hago yo? Estaba metido en un hoyo y no veía la salida por ningún lado". A Gurpegi tuvieron que agarrarle de la mano y guiarle, a tientas, mediante el refuerzo psicológico, hacia la luz lejana, fugaz. "Imanol Ibarrondo me presentó a una persona y los tres estuvimos trabajando mucho para mejorar mi situación. Tanto a Imanol como a Julen, que es como se llama esa persona, les tengo mucho que agradecer porque me ayudaron muchísimo".

Abandonado un par de años más tarde el diván, el viaje interior por el que tuvo que caminar en la penumbra, Gurpegi blindó su psique, impulsada por la superación de un episodio de aspecto traumático. "Cuando te vienen mal dadas te haces más fuerte para intentar superar las cosas malas y creo que a nivel psicológico soy una persona mucho más madura después de aquello". A pesar de la tempestad, de la tormenta eléctrica y mediática que se desató a su alrededor, Gurpegi amaneció reforzado, imbatido, firme el entusiasmo en medio de la zozobra. "Podía haber seguido creciendo como futbolista porque me perdí dos años de fútbol, eso no lo olvido, pero estoy orgulloso y contento con lo que he conseguido".

Dice Gurpegi, relajado sobre un sillón rojo, que se colgó a la literatura "hace dos años y medio", y que la letra impresa, le ha ampliado el enfoque, le ha dado mayor panorámica. "No tenía mucha afición, pero he descubierto un mundo nuevo. Disfruto mucho y cuando un libro me engancha le meto mucha caña", reconoce el centrocampista del Athletic, entusiasmado con Saber Perder, una novela escrita por David Trueba, que entrelaza la vida de cuatro personajes con la amalgama de sentimientos universales como la soledad, el desamor, el arrepentimiento, etc., y en el que también brota el negocio del fútbol.

LOS EFECTOS DE LA CRISIS "Como el fútbol mueve mucho dinero parece que a nosotros no nos afecta la crisis pero si no en persona, la gente que está a nuestro alrededor también la está sufriendo. No se salva nadie", radiografía Gurpegi, que sólo tiene que girar el cuello un par de centímetros para descubrir el rictus del desánimo que deja el rastro de desesperanza que acompaña al paro. "En mi casa la crisis ha afectado, y mucho. Mi madre ha trabajado en una pescadería toda la vida y la de ella y su hermana eran las únicas pescaderías que había en el pueblo y tuvieron que cerrar cuando empezó la crisis".

Su hermano tampoco ha podido esquivar los daños colaterales del colosal desplome de la economía. "Mi hermano ha estudiado Arquitectura y aunque trabaja, creo que tampoco está donde quiere, más bien donde puede. Había estudiado para otra cosa, pero ahora no puede escoger". El padre de Gurpegi es agricultor y Carlos no descarta que habría seguido la arada de su tractor si no se hubiera cruzado el fútbol, su pasión, en su biografía. "De no haber sido futbolista habría estudiado algún módulo o algo así porque los libros no se me daban muy bien. Y si no tal vez trabajaría con mi padre". En el retrovisor de Gurpegi una balanza tintinea su presencia para vocearle lo que el fútbol, omnipresente, da y quita. "Por el fútbol me he perdido muchas cosas con los amigos de toda la vida y también la posibilidad de estar más cerca de mi familia, pero también me ha dado la oportunidad de sentirme orgulloso con lo que hago". Y su azarosa barba, algo más larga, se despide entre las cuatro esquinas en las que Gurpegi es feliz.

Deia

Soy el único que piensa que esta siendo el mejor de la temporada por ahora?

Tanto como el mejor no se...pero esta a un muy buen nivel

ruben1890 escribió:Tanto como el mejor no se...pero esta a un muy buen nivel

+1

Le han quitado la amarilla, puede jugar contra el almeria

Gurpegi es un seguro en el mediocampo,espero que no se lesione ni nada por el estilo.