Las pisadas del otro AthleticIraia Iturregi, Tzibi y Eli Ibarra, las veteranas del conjunto femenino que se presenta hoy, repasan la trayectoria del equipo y los cambios producidos en la Superliga tras nueve temporadas en rojiblanco La primera vez que jugamos en San Mamés". La entrañable voz de Iraia Iturregi (Bilbao, 24-4-1985) se agita, engorda, sin que la duda asome: "Es mi mejor recuerdo". Pero retumba en la memoria de la centrocampista del Athletic también "el primer partido en Lezama con la camiseta del Athletic". "¡Había 2.000 personas! Y nosotras, acostumbradas a jugar delante de 100", alucina aún. Son recuerdos de historia encallados sin posibilidad de pérdida o extravío. Pedazos de una trayectoria, de un camino, de un despegue, el del fútbol femenino. Cosido este despertar a un club: el Athletic. "Hemos hecho algo grande por el deporte femenino", sostiene Eli Ibarra (Azkoitia, 29-6-1981). Fue la campaña 2002-03 cuando el Athletic, con la carrocería del Leioa, florece en la élite del fútbol femenino. Este fin de semana, arranca la décima temporada del club en el pedestal. "Me quedo con el hecho de que el Athletic apostase por la chicas", destaca Tzibi (Getxo, 28-5-1976). "Poco a poco, este deporte iba progresando pero es justo cuando entró el Athletic y, cuando encima inesperadamente ganamos la Superliga, cuando fue el boom. Con la tres Superligas consecutivas el fútbol femenino dio un paso muy grande. Después, sí que hubo bajón pero en los últimos casi diez años desde que el Athletic está en el fútbol femenino ha habido un gran progreso pero todavía cuesta mucho avanzar", analiza Iraia, la capitana del grupo. Son las voces de la experiencia, las que más partidos llevan en sus botas rojiblancas, tres de las jugadoras que se frotaron los ojos para darse cuenta de que sí, de que iban a jugar en el Athletic, de que el club de toda su vida, el del sentimiento y la emoción, tenía una hueco para ellas. "Yo nunca pensé que el Athletic pudiera formar un equipo femenino. Siempre veías la ilusión de los niños de poder jugar en su equipo, de vestir esos colores. Me acuerdo de que el Leioa jugaba contra el Rayco esa fase de ascenso y al día siguiente me llamó Iñi (Juaristi) y me contó todo". Ellas, Eli, Iraia y Tzibi, vieron el nacer de ese equipo, la explosión, ellas vieron también el bajón, la calma, y la pelea por intentar subir la espuma. "Nosotras habíamos pasado del Sondika al Leioa y estuvimos dos años allí y conseguimos dos ascensos seguidos y me acuerdo cuando entró Iñi en el vestuario, aun siendo Leioa, y dijo que si conseguíamos el ascenso íbamos a jugar en Superliga con la camiseta del Athletic. Yo ahí tenía 16 ó 17 años y fue una ilusión tremenda. Lo sabíamos ya y no lo podíamos decir y en la ikastola tuvimos que esperar hasta que se hiciese público", cuenta Iraia. "Era algo inimaginable", afirma sincera Tzibi.
También desafiaba a la lógica, a los parámetros que rigen lo cotidiano, que las novatas, las recién llegadas, se pusieran la corona de campeonas. Una temporada, otra y otra. Seguidas. "Los primeros años fueron muy buenos. Nadie esperaba que pudiéramos ganar la Superliga y fuimos pasito a pasito trabajando día a día y dimos la sorpresa e ilusionamos a mucha gente en ese tiempo", comenta Eli. "Fuimos a probar, con un nombre importante pero con un equipo humilde y se vio que podíamos hacer cosas", apunta Tzibi. Fueron instantáneas para enmarcar, las chicas de Iñigo Juaristi arrasaban y la afición vizcaina, sedienta de títulos, de festejos, de alegrías, acudía a La Catedral, huérfana de glorias, a presenciar los encuentros con estrella, después salía a la calle para celebrar los éxitos. "Dio la vuelta al mundo que metimos 35.000 personas en San Mamés", evoca Eli.
Tres de tres hasta que llegó la temporada 2005-06, la de la transición, ésa en la que se empezó a bajar de los cielos para tocar el suelo. Sintomática. Sin Iñigo Juaristi en el banquillo, el árbol perdió sus hojas. Al año siguiente, el míster de Berango tomó de nuevo las riendas y el equipo bilbaino regresó al nirvana y volvió a ganar la Superliga. Fue el último capítulo de éxtasis supremo hasta la fecha. El fútbol femenino ha cambiado en todos estos años, desde ese Athletic virgen de inicios del milenio hasta el actual, un veterano, una referencia. Este mundo ha ido girando y girando hasta crecer y madurar. "Los equipos se han ido profesionalizando, aunque no llegamos a ser profesionales, hay diferencia entre el primero año que no cobrábamos nada y ahora, que llegamos a tener una compensación económica. Eso hace que nos podamos dedicar un poco más a entrenar y desde hace diez años aquí sí se nota que el nivel físico de las chicas ha mejorado y que el nivel en general del fútbol femenino también", señala la capitana bilbaina. Efervescía el fútbol femenino y la competencia elevaba el listón. Por eso, el Athletic campeón empieza a difuminarse. "Hay más clubes, más competitividad y más dinero. Los equipos fichan lo mejor del Estado y también de fuera", resume Tzibi. "Pero eso es lo más bonito del fútbol, haya competitividad, es que yo soy muy competitiva", dice la getxoztarra entre risas. Ese bajón, esa caída, cuesta asimilarse. "Al principio es complicado porque estábamos acostumbradas a estar ahí arriba y ganar. Quizás nos haga ver que no es tan fácil y todo esto hace que se valore más", indica Ibarra.
JUGAR Y TRABAJAR Avanza el balón entre los pies de las chicas, pero no tan rápido como para dedicarse a él en exclusiva. Todas compaginan su afición con su profesión. Iraia, recién finalizada su carrera de IVEF, trabaja en Lezama con el fútbol base a media jornada. Eli es administrativa y tiene "la suerte de estar en una empresa que me deja compaginar los entrenamientos con el trabajo. En su día ya tuve que rechazar algún trabajo, pero era joven y lo que quería era jugar y en casa me apoyaron los que más. Ahora me siento una privilegiada". Tzibi, diplomada en Educación Especial, por contra, sabe lo que es tener que pasar por un montón de trabajos -"he hecho de todo desde que juego en el Athletic"- para amoldar ambas facetas de su vida. Y poco a poco, el fútbol se va consumiendo en ellas, van visualizando el final de un camino en rojo y blanco, pionero, que empezó hace casi una década.